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He observado que en ocasiones los veganos parecemos estar en una cámara de eco, para nosotros los preceptos de vida con lo que regimos nuestro día a día están muy claros (aunque a veces se nos dificulte llevarlos a la práctica), son bastante obvios, vamos. Por eso es que hoy decidí hablarles de un tema que por sentido común uno concluiría, sin embargo, si como especie nos sentimos lejanos a los animales terrestres no humanos, ¡que va! De los acuáticos estamos aún más ajenos.
Reflexionar acerca de lo que comemos y por qué lo comemos no es un tema que nos quite tiempo mental en el día a día. Generalmente si llegamos a pensar sobre ello, nos lo cuestionamos en términos de si el alimento es “bueno o malo” para nuestra salud y no a nivel de los ingredientes que contiene, de dónde provienen y cómo se obtienen.
Yo no soy mamá de Quinoa, no creció dentro de mí, no la parí, no compartimos ADN y no, definitivamente no somos de la misma especie. Sin embargo la críe, llegó a mí con escasos dos meses de edad y sin ningún sentido de la coordinación. La ayudé a desarrollarse, le di libertad al jugar para agudizar sus reflejos, le enseñé, aprendí con ella, la corregí, detecté sus inseguridades, las enfrenté con ella -muchas las seguimos trabajando-, atendí sus necesidades médicas y cual neófita, me documenté sobre la marcha. En resumen, la cuidé como a cualquier bebé que necesitaba que lo amaran.